Es imposible hacerse
la sorda y mucho menos la muda con todo lo que ha sucedido estos días en mi
Venezuela.
La desinformación es
una de las sensaciones más desesperantes. No saber qué es lo que está pasando,
justo en el momento de los acontecimientos me pone ansiosa. Triste.
En aquella época
dorada de Globovisión, iba Carla Angola en una moto, mostrándome la realidad, y
los corresponsales del interior del país estaban frente a las cámaras esperando
el pase, para decirme qué estaba ocurriendo en aquellos pedazos de esta tierra,
que aunque lejos, también son míos.
Pero muy a pesar de
la ausencia de medios que me mantengan informada, las redes sociales y los
celulares inteligentes me han ayudado a entender mejor las cosas, aunque me
toque batallar con fuentes falsas y noticias viejas.
Y gracias a todos
esos valientes que andan de manifestación en manifestación, registrando los
acontecimientos, es que he podido ver desde las escenas más desgarradoras, a las más
conmovedoras.
Ya son incontables
las fotos y los videos que he visto y no deja de sorprenderme lo que ha hecho
la GNB con mis hermanos venezolanos. Yo sé que no es nada nuevo lo que estoy
diciendo. Pero hace unos minutos, viendo Twitter y Youtube, me puse a pensar en
la persona dentro del uniforme. Y es precisamente a esa persona, a la que van
dirigidas estas palabras.
Hermano militar,
Te pido disculpas
por verte como un invisible, por creer que no eres más que un par de botas y un
FAL. Una persona sin rostro, sin nombre.
Tú también tienes
familia. Una madre que seguro te hace una arepa, cada vez que vas a casa a
visitarla. Tú también fuiste niño. Tú también te debes haber enamorado. A ti
también te debe gustar ver las olas del mar. O ver a tu equipo de béisbol ganar
un juego. Tú también tienes terminaciones nerviosas por todo el cuerpo y el
umbral del dolor. Tú también debes tener un corazón que hace sístole y
diástole. Tú también debes tener un corazón que siente alegría y dolor.
Y me gustaría pensar
que cada vez que haces sufrir al pueblo que juraste proteger, sientes un dolor
muy profundo detrás de ese silencio. Me gustaría pensar que estás obligado a
hacerlo por razones que desconozco y que algún día tendrás la bondad de
explicarme. Me gustaría saber en qué piensas cada vez que arrodillas a tu
hermano venezolano, cada vez que lo haces sangrar y llorar. Me gustaría saber
qué pasa por tu cabeza cuando sometes al hijo de una madre que con paciencia
espera verlo entrar por la puerta sin un rasguño.
No te puedo pedir
que te detengas, porque no vas a escucharme. No te puedo pedir que retrocedas,
porque sé que avanzas sin rumbo, pero siempre hacia adelante.
No sé qué más
decirte que no te hayan suplicado los estudiantes. Oye sus lágrimas.
Vuelve a ser hijo, hermano, ser humano. Vuelve a ser venezolano.