jueves, 27 de febrero de 2014

Carta sin destino a mi hermano militar

Es imposible hacerse la sorda y mucho menos la muda con todo lo que ha sucedido estos días en mi Venezuela.

La desinformación es una de las sensaciones más desesperantes. No saber qué es lo que está pasando, justo en el momento de los acontecimientos me pone ansiosa. Triste.

En aquella época dorada de Globovisión, iba Carla Angola en una moto, mostrándome la realidad, y los corresponsales del interior del país estaban frente a las cámaras esperando el pase, para decirme qué estaba ocurriendo en aquellos pedazos de esta tierra, que aunque lejos, también son míos.

Pero muy a pesar de la ausencia de medios que me mantengan informada, las redes sociales y los celulares inteligentes me han ayudado a entender mejor las cosas, aunque me toque batallar con fuentes falsas y noticias viejas.

Y gracias a todos esos valientes que andan de manifestación en manifestación, registrando los acontecimientos, es que he podido ver desde las escenas más desgarradoras, a las más conmovedoras.

Ya son incontables las fotos y los videos que he visto y no deja de sorprenderme lo que ha hecho la GNB con mis hermanos venezolanos. Yo sé que no es nada nuevo lo que estoy diciendo. Pero hace unos minutos, viendo Twitter y Youtube, me puse a pensar en la persona dentro del uniforme. Y es precisamente a esa persona, a la que van dirigidas estas palabras.

Hermano militar,

Te pido disculpas por verte como un invisible, por creer que no eres más que un par de botas y un FAL. Una persona sin rostro, sin nombre.

Tú también tienes familia. Una madre que seguro te hace una arepa, cada vez que vas a casa a visitarla. Tú también fuiste niño. Tú también te debes haber enamorado. A ti también te debe gustar ver las olas del mar. O ver a tu equipo de béisbol ganar un juego. Tú también tienes terminaciones nerviosas por todo el cuerpo y el umbral del dolor. Tú también debes tener un corazón que hace sístole y diástole. Tú también debes tener un corazón que siente alegría y dolor.

Y me gustaría pensar que cada vez que haces sufrir al pueblo que juraste proteger, sientes un dolor muy profundo detrás de ese silencio. Me gustaría pensar que estás obligado a hacerlo por razones que desconozco y que algún día tendrás la bondad de explicarme. Me gustaría saber en qué piensas cada vez que arrodillas a tu hermano venezolano, cada vez que lo haces sangrar y llorar. Me gustaría saber qué pasa por tu cabeza cuando sometes al hijo de una madre que con paciencia espera verlo entrar por la puerta sin un rasguño.

No te puedo pedir que te detengas, porque no vas a escucharme. No te puedo pedir que retrocedas, porque sé que avanzas sin rumbo, pero siempre hacia adelante.

No sé qué más decirte que no te hayan suplicado los estudiantes. Oye sus lágrimas.

Vuelve a ser hijo, hermano, ser humano. Vuelve a ser venezolano.