viernes, 5 de marzo de 2010

Con miedo

Era de noche, pero no era muy tarde. La hora exacta no la sé porque hace años que dejé de usar reloj en la muñeca, y sacar el celular de la cartera mientras voy caminando nunca ha sido una opción.

Por alguna extraña razón yo iba viendo hacia el piso, debe ser porque cuando es de noche me gusta ver lo altísima que es mi sombra. Recuerdo que también me miraba los zapatos, eran unos Converse negros que avanzaban a buen ritmo. Mi delirio de persecución comenzó a activarse con el rugido metálico de una moto que se acercaba; qué desagradable esa sensación de incertidumbre que se fue junto con la moto. “Ya todo pasó” pensé, lo que no me esperaba era que todo estaba a punto de pasar.

Mi hermana y yo avanzábamos, creo que ninguna corrió porque ambas, en el fondo, pensamos lo mismo “una bala corre mucho más rápido que yo”. El rugido metálico volvió y con él la diáspora de todas mis esperanzas; la moto frenó justo a mi lado “aquí fue”, una frase terrible que sólo escuché en mi cabeza y que nunca salió por mi boca. Un segundo en el que no pasó nada y otro para que la moto avanzara unos tres metros. Ese pequeño trayecto me hizo pensar, como la inocente que suelo ser, que yo era una paranoica. Ese fue otro segundo de oxígeno que tome angustiosa; la exhalación que la acompañó ya no se escuchaba; fue opacada por otra voz, por un imperativo impactante, un cúmulo de palabras que, pronunciadas por un extraño, suenan a una calibre algo a punto de ser detonada: “Dame la cartera”. Eso fue lo que dijo.

Mi primera reacción, si mal no recuerdo, fue tratar de mirarlo a los ojos y de verlo bien, pero ya su mano firme estaba alrededor del asa de mi cartera. Sí, sus nudillos estaban ahí, justo donde el sol alguna vez dibujó unas cuantas pecas. Yo escuchaba una voz en mi cabeza (la mía) que me repetía “dásela”, pero lo que dijeron mis labios fueron otras cosas, cosas que no debí haber dicho y que me persiguen a diario “no te la voy a dar, porque no tengo plata”. Nunca entendí cómo fue que el extraño desistió sin haberme apuntado; sólo hizo falta un parpadeo de mis ojos inundados de miedo, para verlo junto a mi hermana.

Ella es más inteligente, más calmada, más zen. Ella ya había renunciado a la idea de llegar con su linda cartera negra a la casa, porque su cerebro es más rápido que la luz, sin embargo el tipo perdió la paciencia y con un movimiento rabioso terminó por quitársela. Mi hermana, la de la hermosa voz ronca y con personalidad equilibrada, creo que abandonó por un segundo a la persona que estaba ahí y que era igualita a ella, porque de su garganta salió un grito agudo y desesperado, uno que ni en su peor pesadilla había podido entonar. Yo no sabía si había sido de dolor y si le habían dislocado el brazo; para mí esa que había gritado no era ella, ese fue de los treinta segundos en que ocurrió todo, sin ninguna duda, el peor. Alguien había venido de la nada y sin ninguna razón lógica le había hecho daño a mi hermana.

Ambas sabemos que todo pudo haber sido mucho peor. En este momento yo estoy tratando de reconstruir los acontecimientos para mí y para ustedes; y del otro lado de la ciudad está mi hermana, mi clon, mi otro yo de ojos verdes, trabajando y esperando a que yo me digne a publicar algo nuevo. (Fer aquí está, aunque no sea un post feliz).

Las dos estamos completas y eso es de lo único que me agarro para no quebrarme como un cristal muy fino. Ella, como es más inteligente (eso ya lo dije), creo que ya superó el susto. Ella es así, una persona de oro que está en un nivel que nosotros los simples mortales nunca llegaremos a alcanzar y yo sólo la admiro callada, soñando en el día en que sea como ella; ese lindo día soleado en el que ya haya salido de mi estado de shock.

1 comentario: