martes, 23 de marzo de 2010

El Parrillero

No es el sujeto que hace la parrilla, no.
Es el tipo que se sienta en la parte de atrás de una moto, es el copiloto del motorizado. Pero este post no está dedicado a cualquier parrillero, sino a uno en particular, está dedicado al carajo ese, al padre de mi nueva hija: mi querida Paranoia.

En fin esta carta es para ti.

Sr. Parrillero (dos puntos)

Yo sé que usted no debe tener ni la mayoría de edad en muchos de los países del mundo, así que empezaré por tutearte. Dejemos clara una cosa: entre tú y yo no existe ni una boronita de respeto. Es importante poner las cartas sobre la mesa, porque tú me tuteaste primero. Yo creo que debiste haber dicho “deme la cartera” o no, mejor hubiera sido “por favor ¿me da su cartera?”, aunque sólo te hubiera perdonado si nunca me la hubieras pedido. Así tu te habrías ido con tus zapatotes de marca para otro lado, yo nunca te habría conocido y no andaría por ahí como una enloquecida creyendo que te veo en todas partes.

¿Sabes qué me molesta de ti?, me molesta que tú creas que yo tengo la culpa de tus desgracias, que si tienes cinco muchachitos con una mujer (o con cinco) es porque yo tuve una buena educación y tú no, que si yo estudié para tener un trabajo con el cual ganarme una quincena para comprarme una cotica en Sabana Grande y tú no, es porque yo nací con estrella y tu estrellado. ¡Flojo mental!, tú si que eres bien fresco (y con este calor que está haciendo). Yo tampoco tengo la culpa de querer ser más grande, de tener buen gusto musical y cinematográfico; yo no tengo la culpa de querer tener una vida y si tú sientes que no tienes una… eso tampoco es culpa mía.

Me parece que eres injusto y muy cómodo. Tú crees que te puedes igualar a mi apuntándome con un arma; pues déjame decirte una cosa: una balita de esas tuyas es mucho más grande que cualquier aspiración que yo pueda llegar a tener, así que no busques igualarte con nadie de esa forma.

La verdad no te agradezco la rabia que me tienes sin yo haberte hecho nada. Tampoco te agradezco que pienses que no sólo yo tuve el derecho de elegir dónde nacer, sino además de tener el poder de decidir dónde es que ibas a nacer tú.

¿Por qué mejor no te pones a estudiar? Y no me salgas con el sermoncito repetido de que las oportunidades no son iguales para todos. Eso es muy fácil. Yo también podría salir a la calle de noche a asustar a la gente y a quitarle las cosas que tanto esfuerzo les han costado, pero mi querido parrillero, es ahí donde justamente tú y yo nos diferenciamos. A ti te gusta levantarte tarde con el ratón del día anterior, te gusta ser un parásito, un mantenido; también te gustan las cosas caras, de marca, pero no te gusta tener que quemarte las pestañas todos los días, ocho horas para podértelas comprar. Yo en cambio, todos los días me levanto a las 6:00 a.m. y no te voy a negar que me quejo y me quejo, que me da flojera, pero igual me baño, me visto y salgo de mi casa para llegar puntual al trabajo y cumplir con el horario; porque a mí también me gustan las cosas caras y si tú crees que por quitarme las mías somos iguales, está bien, ni modo, pero algo sí te voy a decir: por más de que arriesgues tu vida para conseguir lo que quieres, NUNCA vas a sentir lo que siento yo cada vez que compro algo o que decido ir a un restaurante, para no tener que cocinar.

Lamento mucho que te dé envidia. Lamento también que creas que para ti sea imposible surgir, estando sano y completico. Trabaja mi rey, trabaja y después hablamos. Suda las gorritas esas que te gusta ponerte y después dime qué se siente que venga un desconocido a quitártela… Y no me malinterpretes, no son las cosas, esas no valen nada, no tienen vida y se reponen; pero todo lo que hiciste para conseguirlas y esa extraña calma que sentías caminando por Caracas, eso si que no tiene precio y eso también me lo quitaste.

Que te aproveche la cartera con todos los jugueticos que tenía adentro, ojalá y hayas logrado un par de lucas para redondear los próximos zapatos, ojalá y esa noche hayas celebrado con una botella de Venta-Ron y unas piedritas para quitarte el mal sabor de la boca, ese que me gusta pensar que te quedó, después de haberte metido conmigo y mi tranquilidad.

Todo bien viejo. Aquí estoy, viva (cosa que te agradezco) para poder seguir sintiendo ese vacío negro en el estómago cada vez que te reconozco en todas las esquinas de Caracas.

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