martes, 29 de septiembre de 2009

Mandamiento #4 para sacarme de quicio

Los que se quedan parados frente a las escaleras mecánicas.

My own stalker

Hoy, como todos los días, vuelves a mi memoria. Ha pasado mucho tiempo y tu cara ya no la recuerdo como antes, pero tu presencia sigue estando ahí... como una sombra.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Mandamiento #3 para sacarme de quicio

La gente que dice:
SalisteS, comisteS, comprasteS, escuchasteS.

Un Corto Fantasma

Ayer vi un cortometraje, pero se supone que no debo hablar de eso. Tampoco puedo decir quién lo hizo, ni cómo, ni dónde; lo que sí puedo es dar mi opinión y es ésta:

La dirección es impecable. Hay una secuencia en fotos que es perfecta, y en compañía del voice-over, el fragmento está redondo. La edición y la fotografía están increíbles. La selección de los textos es la justa; la dirección de arte, el casting, el vestuario y el maquillaje van todos en sintonía.

Pero lo que llamó poderosamente mi atención fue haberte visto retratada en tu obra. Lo que lees, lo que dices, las esquinas de tu cuarto, la ropa que usas, los amigos que tienes (y los que te gustaría tener). La vida paralela que te gustaría vivir (de a ratos, no siempre). Hasta me atrevo a decir (o me gustaría pensar) que en algún rincón me vi a mí misma, escondida y seguramente peleando por algo.

El corto quedó precioso y tu presencia en él es casi palpable. Mientras lo veía, sentía que estabas ahí conmigo, explicándome cómo habías hecho cada cosa, cómo habías resuelto cada detalle. La distancia (esta vez) no fue un problema.

¡Felicitaciones!. Yo no soy quien para criticar tu pieza porque sólo soy una aprendiz de amateur (o sea, nadie), pero igual me voy a tomar la libertad de decirte, que en mi opinión, hiciste un EXCELENTE TRABAJO.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Mandamiento #2 para sacarme de quicio

Que me digan SEÑORA.

Mandamiento #1 para sacarme de quicio

Encuentro casual con X persona.

Yo: Hola
X persona: Hola
Yo: ¿cómo estás?
X persona: bien.


Y ya. Eso es todo.
¿Por qué será que no preguntan “¿y tú?”?.

Aja. ¡Susto!

Ustedes dirán que no tengo remedio y probablemente tengan razón.

Empezaré por confesar que NO ME GUSTA ver las etiquetas del blog acompañadas del número 1 entre paréntesis y ahorita que estoy a punto de “publicar entrada”, me desespera ver la etiqueta “Malas compras” con el (1) al lado; por eso me puse a pensar en recientes malas compras realizadas pero mi memoria a corto plazo, a veces, me falla; sin embargo, recordé con mucha astucia una compra terrible que hice (adivinen dónde) en Buenos Aires.

Una de mis amigas (La Pequis) me dijo una vez que uno siempre debe comprar cosas que sean representativas de los países que visitemos. Yo entendí de inmediato lo que decía, este tipo de compra iba más allá del típico souvenir y yo lo sabía. Si hacías la compra adecuada, eso significaba que habías estado en el extranjero de verdad verdad. Ejemplos ilustrativos: España-abanicos, Suiza-chocolates, Rusia- Matryoshkas, Italia-italianos.

Siguiendo su sabio consejo, obviamente decidí comprar una portamonedas para mí y otras dos para regalar, porque en mi Ciudad del Sur lo que uno debe comprar son carteras, chaquetas y zapatos.

Siendo así, destinamos una tarde del itinerario para ir en busca de los regalos y de nuestras carteras, chaquetas o zapatos a la calle Murillo, famosa avenida llena de tiendas de lado y lado, donde TODAS ofrecen gran variedad de precios y modelos. Sí, la calle Murillo era el lugar.

Lo primero que teníamos que hacer era ponernos de acuerdo, a fin de cuentas éramos tres niñas y cada una iba en busca de algo distinto. Recorrimos la calle completa, para comparar precios y no tener que arrepentirnos por una decisión precipitada.

Al cabo de un rato, la angustia comenzó a apoderarse de mí. Ya habíamos caminado todo y yo seguía sin encontrar las dos portamonedas para regalar y la que enamorara mi corazón. Las tiendas estaban a punto de cerrar. Ese era el momento. Si no era ahí, no iba a ser en ningún otro lado.

De repente, en mi desesperada búsqueda las vi. Estaban en el mostrador de una tiendita cualquiera, abandonadas dentro de una cestita y en descuento. Eran dos. Mismo modelo, distinto color (una roja platinada y una morada). Eran más pequeñas que una chequera. Podría pensarse que no tenían nada en especial, pero eran perfectas. Rectangulares, decoradas con clavitos plateados, organizados en filas y un broche un poquito más grande. ¡Bellas!. Las compré sin pensar. La morada era perfecta para mi hermana por el estilo rock de los 60’s y la roja gritaba mi nombre por todos lados. Tenía un aire cincuentoso/ochentoso y medio New Wave. Y la tercera la compré en otra tienda. Los regalos están listos, ya puedo seguir disfrutando de mi viaje.

Al volver, hice la entrega oficial de los regalos y las portamonedas fueron toda una sensación. Yo moría por la mía, hasta que empecé a notar que se deterioraba con facilidad. El color rojo platinado se estaba cayendo a pedazos y sin remedio. La pobre. Con el pasar de los días se iba pareciendo más a un trapito y menos a mi hermosa compra. No me gustó tener que remplazarla, no me importaba el estado en el que se encontraba, yo la amaba y eso era todo; pero las tarjetas, los billetes y las monedas comenzaban a salirse. Seamos realistas: conseguir otra portamonedas, tarea fácil; conseguir otra cédula, JÁ.

En fin, me compré otra bonita. No llenaba mis expectativas, pero yo trato de ser práctica y necesitaba una URGENTE. La bichita duró algún tiempo, hasta que comenzó a envejecer. Yo pensaba seguirla usando, pero algo inesperado sucedió. Hace un par de semanas descubrí una que era casi la sustituta perfecta de mi porteña roja platinada. Estaba en Plaza las Américas. La vi, me vio y lo supimos.

La señora de la tienda (muy agradable y conversadora) me ayudaba a decidir entre varios modelos muy lindos, aunque en el fondo yo sabía cuál era y lo que tenía que hacer. Una vez que tomé la decisión correcta me dispuse a pagar, pero el punto de venta no simpatizó con mi tarjeta. La señora recibió una llamada y luego me dijo: “Si quieres puedes ir a la otra tienda, ahí el punto de venta siempre sirve”. Me pareció muy bien. Esta vez ella hizo una llamada y al cabo de unos segundos yo estaba ya en camino. Llegué muy contenta y justo cuando se realizaba la transacción, empiezo a sentir algo extraño y a escuchar gritos. Al principio pensé que eran las voces de mi conciencia. No entendía por qué reaccionaban así ante una portamonedas tan bonita, hasta que una de las jevas de la tienda le dice a la otra (con un tono bastante particular): “Marica, está temblando”. Yo la miré, parecía como una momia. La otra me lanzó mi tarjeta y mi cédula y echó a correr. Yo estaba confundida, pero inmediatamente recordé que mi gente andaba por ahí, yo no sé dónde, así que salí de la tienda. Más vale que no: cientos de mujeres corrían con los rollos en la cabeza, los reflejos a medio hacer, las batas de peluquería y los pies descalzos. Esto tiene que ser una pesadilla.

A los pocos segundos, cuando la tierra se calmó, me di cuenta de que no tenía mi portamonedas. ¿Qué?. ¿No compré nada?. No, no, no. No vale la pena tanto sobresalto. Así que muy elegantemente me devolví a buscarla.

Obviamente ésta última no entra dentro de mis “malas compras” (todavía), pero si la otra hubiera sobrevivido a las vicisitudes de la vida (como lo ha hecho hasta el día de hoy la de mi hermana) nada de esto hubiera pasado.

Bueno voy a quitar el (1) junto a mi etiqueta. Misión cumplida.

martes, 22 de septiembre de 2009

Es mi obsesión

Hay un momento del día (no me pasa siempre) en el que siento la urgencia de escribir lo que sea, por eso tengo en mi compu un playlist que denominé “Para escribir” y que pongo en shuffle, porque es imposible tratar de darle coherencia a un par de palabras si no estoy escuchando algo (ahora suena: Fearless de Pink Floyd).

Volviendo a la urgencia de escribir, me puse mis audífonos, mis lentes y me desconecté del mundo para empezar a pensar exactamente a qué le iba a dedicar estas letras y me encontré de nuevo con Buenos Aires. Y digo “me encontré”, porque cuando voy a escribir, por lo general, ya tengo una idea; pero hay momentos como éste, en los que siento que debo escribir algo aunque no sepa específicamente qué (ahora suena: Maybe de Janis Joplin).

Hoy Buenos Aires es más perfecta que de costumbre.
Hoy está más lejos de lo que debería.
Hoy es la ciudad dueña de mis nostalgias.
Hoy es uno de esos días en los que quisiera, desesperadamente, estar ahí.
Hoy se vienen a mi memoria los recuerdos de la ciudad y del pasado. Aquellos días en los que tenía personas en mi vida que no se habían ido y que encontraría aquí cuando volviera. Y aunque no ha pasado mucho tiempo, siento que recuerdo a veces todo con detalle y a veces sólo son vacíos (ahora suena: Green is the colour de Pink Floyd).

La Ciudad del Sur. Creo que mi necesidad de escribir acerca de mi Ciudad del Sur últimamente debe ser por eso, porque busco recuperar recuerdos que me han ido abandonando con el afán de guardármelos todos y pensar en ellos cuando me haga falta viajar. Como hoy (ahora suena: In my life de The Beatles)

Hoy quiero montarme en un avión, esperar cuatro horas en el aeropuerto de Sao Paulo, llegar a Buenos Aires con las mismas expectativas de lo desconocido, montarme en un taxi rumbo a la calle Florida, dejar las maletas en el hotel y salir a caminar de noche por las frías calles de la ciudad (ahora suena: At last, Forever de Jethro Tull).

Buenos Aires me hace falta. Reconozco que particularmente hoy me hace mucha falta (ahora suena: Paper bag de Fiona Apple).

jueves, 17 de septiembre de 2009

Es como un Paraíso

Yo que soy venezolana, caraqueña específicamente, siempre he notado un fenómeno que ocurre en la ciudad y que llama poderosamente mi atención: Caracas está full de mujeres.

Vas caminando por un centro comercial y lo que ves, son grupitos de mujeres de diferentes edades corriendo detrás de algún par de zapatos o comiendo en la feria (ensalada porque la dieta y eso). Vas al gimnasio y te encuentras con el mismo grupo multitudinario de chicas que suspiran por el profe de baile (yes, we love you and you know it). Vas a un local a tomarte unos cosmopolitans con tu mejor amigA, para echarnos los cuentos y lo que hay allá son grupos de mujeres echándose cuentos. Y si vas a una de esas taguaras a las que a mi me gusta ir en jeans y camiseta para ver alguna banda cool de rock, ahí están: cientos de mujeres detrás de los pobres 4 tipos que se presentan esa noche.

Caracas es una ciudad de jevas.

Chicas no me malinterpreten, yo soy una feliz accionista de este caos y me encanta. Ustedes saben que lo que digo es verdad.

Pero en la ciudad del Sur pasa totalmente lo contrario. Obviamente estoy hablando de mi adorado Buenos Aires. Sí, allí por cada mujer hay como 7 hombres (estadística sacada por mí, que no sé nada de estadísticas, así que de repente son 6, de repente son 8) de los cuales, los 7 (o 6, u 8) son ESPECTACULARES. Es increíble. Los encorbatados, los deportistas, los malbañados, los policías, los maduritos, los jovencitos… TODOS, absolutamente TODOS son BELLÍSIMOS, y lo más importante: hay MILES. ¡Qué maravilla!.
Yo que pasé como 10 días allá, me parecieron pocos pero suficientes para darme cuenta, no sólo de eso, sino de que además los bichos son entradores, conversadores y lanzados… Y deben tener un sensor para las extranjeras; esas turistas exploradoras despreocupadas que van en busca de diversión, porque lo primero que dicen es: Hola ¿cómo te shamás?, ¿de dónde sos?. Evidentemente el acento es el ingrediente secreto. Una vez respondidas las dos primeras preguntas con la sonrisa encantadora y la mirada pícara, viene la tercera (y sin anestesia)… ¿Dónde hospedás? (ajá) y la cuarta es la mejor… ¿venís a mi casa?... Ufff lo máximo. Son hermosos y van al grano. Nada de galanterías baratas, ni poetas de servilleta. Para ellos es muy fácil… Eres venezolana, vas a estar aquí por pocos días y yo, honestamente, no necesito demasiada conversación. ¿No ves lo buenísimo que estoy?.

La sinceridad es como una cachetada, pero si es así, yo las invito a poner la otra mejilla.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Cinco palitos y un circulito

(sin doble sentido)

Estaba viendo a una niña chiquitica (no de contextura, sino de edad, unos 4 años a lo sumo) sentada en un piso blanco muy blanco. En mi imagen la niña está rodeada de creyones, de pinturas, de pinceles y tiene en frente una gran hoja de papel bond. Ella la contempla silenciosa, y silenciosa toma un pincel de color rojo, lo introduce en el tarrito de pintura verde, luego lo coloca lentamente sobre la superficie y comienza a pintar. Hace líneas curvas muy fluidas, líneas rectas muy perfectas. La precisión de su trazo es impecable. Mis ojos siguen los movimientos de su manito y a ratos me distraigo viendo los hoyitos que tiene en los nudillos. No alcanzo a verle el rostro, pero reconozco las expresiones de su cara… Tiene los ojos grandes como yo… Tiene el pelo castaño oscuro como yo… Es cachetona como yo… Y tiene una boquita pequeñita, como la que tengo yo… Son las seis y un minuto y en la ciudad capital amanece con un sol radiante… Abro los ojos, me siento en la cama, pongo los pies en el piso frío y me quedo pensando un ratico en la niñita. Se parecía mucho a mí, pero esa no era yo. No sé, siento un vacío extraño… Al fin y al cabo yo sólo sé dibujar un muñeco que tiene cinco palitos y un circulito.

martes, 15 de septiembre de 2009

No es mucho… Son sólo dos cosas

Desde hace algunos días he estado pensando en sólo dos cosas.
Tengo trabajo que hacer, reuniones a las que no puedo dejar de asistir, gente que debo ver. Todo se ha ido haciendo conforme pasan las páginas de una agenda que no tengo, y yo sigo pensando en mis dos cosas:

1. Playa
2. Revólver

Playa: lugar paradisíaco en el que me gustaría estar ahorita con mi traje de baño de puntitos blancos, sin zapatos, a la sombra de mis lentes de sol, con birra helada en mano, los audífonos a todo volumen y los deditos de los pies escondidos en la arena.


Revólver: arma de fuego altamente peligroso que usaría en contra de una gran cantidad de seres en este preciso instante; con el que jugaría a la ruleta rusa (y ganaría); o simplemente un buen disco que estaría escuchando con los audífonos a todo volumen, a la orilla de la playa.

Esto se convirtió en un problema

Acabo de comprar un cuaderno. Una “libreta”, como actualmente suelen llamarle al cúmulo de hojas de papel empastadas o de espiral. (No sé, en mi época se le llamaba cuaderno). Para mí una libreta es un cuadernito chiquitico que cargas en la cartera, para anotar la lista del súpermercado, hacer dibujitos y, en tiempos remotos ya, anotar uno que otro teléfono. En fin, compré un cuaderno.

Estaba pendiente de comprar uno para poder escribir cualquier cosa y ahora que lo veo ahí: lindo, silente y nuevo, me doy cuenta de que tengo que escribir muchas cosas en él para que tenga sentido mi adquisición o no escribir nunca nada, para que sea el primero de mi colección de inútiles cuadernos.

La idea inicial de la compra del cuaderno era llenarlo, por supuesto, pero me angustia la idea de escribir una sola cosa y ya. Fin del cuaderno.

Honestamente creo que fue absurda mi adquisición. Muy fácilmente puedo escribir lo que quiera en un documento en Word o en muchos documentos en Word y guardarlos con nombres varios… y algo más. Luego guardarlos en carpetitas, muy bien organizaditos. La cagué. La cagué con los arbolitos que murieron, la cagué con mi bolsillo. ¿Qué hago?. Me preocupa el tema del cuaderno y ahora no sé qué hacer con él.

Debería volver a la tienda: “disculpe señorita vengo a devolver el cuaderno. Es lindo, silente y nuevo, pero está todo en blanco. Quisiera cambiarlo por un libro, cualquiera. Un cúmulo de hojas de papel empastado que esté FULL de palabritas. Sí, ya no quiero el cuaderno, no me gusta que me mire y me haga sentir culpable. No puedo tener un cuaderno lindo, silente y nuevo que esté lleno de páginas vacías. Muchas gracias”.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Café frío

En algún lugar, probablemente cerca, sobre una mesa de algún sitio chic o no tan chic descansa un pequeña taza (de porcelana, de peltre, blanca, azul, marrón), una taza que se está cansando de esperar. Pobrecita está impaciente. Ve a la gente pasar, ve muchas otras tazas ir y venir, ve los días y las noches. Se olvidaron de la taza.
El tipo de café no importa (con leche, marrón oscuro, marrón claro, guayoyo, largo, recortao, negro bien cargao), lo que importa es que en algún lugar, probablemente cerca, sobre una mesa de algún sitio chic o no tan chic se está muriendo una taza.

“Vamos a tomarnos un café” ¿qué se supone que significa eso?, ¿será que tú y yo algún día iremos a tomarnos un sólo café?, entonces diríamos “señor, nos trae un café para compartir, por favor”. UN café. Bueno está bien pues, tú y yo nos tomaremos UN café (uno sólo), pero ¿cuándo?. Ajá. Sólo silencio.

El café llegó a la mesa. La taza ahorita está en la mesa. No importa la mesa, lo que importa es que en algún lugar probablemente cerca, sobre una mesa de algún sitio chic o no tan chic descansa sin ningún sentido un café… Un café frío.

“Déjà Vu”

Sin música, la vida sería un errorFriedrich Nietzsche

Escuchando el nuevo disco de Cerati empecé a experimentar un trance bastante dulce. Ya Caracas no era como suele ser todos los días. El ruido era prácticamente sordo, la gente era totalmente invisible y el aire tenía un toque a madera, a vino, a tango. Por segunda vez estaba en Buenos Aires.

Recordaba las calles llenas de pequeños pasos de los más grandes: Cortázar, Piazzola, Alberti, Mallmann, Batistuta. También venía a mi memoria el brillo del sol reflejándose en el rostro del San Martín de la Plaza. El clima frío y fresco y un sol tibio. ¡Perfecto!.

Los hambrientos peces Koi naranja del Jardín Japonés. Las flores de la calle FLORIDA. Las milhojas del Café Tortoni. La respetable pareja de viejitos demostrando cómo es que se baila la milonga. La pizza de San Telmo, el vino de San Telmo, el olor de los libros viejos del mercadito de San Telmo.

Sí, una ciudad donde todos los Aires son Buenos. Todos los vinos son Buenos. Todos los argentinos están Buenos. Todos los taxistas son Buenos. Los centros comerciales son Buenos. Todos los alfajores son Buenos. Todos los locales, los bares, los tugurios son Buenos. Todos los argentinos ESTÁN Buenos (en serio) y cuando a ellos les gusta mucho algo, siempre dicen “está Bueno”. Divertidísimos.

El verde de la grama y de los árboles es el más verde de los verdes. Buenos Aires es verde en otoño y el otoño es la estación en la que me gusta bajarme (¿y quedarme?). Creo que Gustavo tiene razón, es una Fuerza Natural y no debe tener otra explicación.

Buenos Aires tiene algo. Algo de belleza, algo de sinceridad, algo de Europa y algo de América Latina, algo de picardía, algo (mucho) de cultura. Tiene la Av. Alcorta (cicatriz), la Bombonera, un antiguo “Subte”, nombres como Martina o Betina, el mejor tour en bicicleta, papas de todas las clases, una flor plateada y gigante, una avenida de muchísimos canales y un restaurante que se llama Siga la Vaca que tiene un vaquita rechoncha a un lado de la entrada. Yo intenté seguirla, pero ella nunca se movió.

De pronto Cerati me contaba que había visto a Lucy con un vestido liviano, Cerati contaba hasta diez, hasta once, hasta doce, hasta trece, y paró de contar… Estación Altamira… Caracas.