miércoles, 23 de septiembre de 2009

Aja. ¡Susto!

Ustedes dirán que no tengo remedio y probablemente tengan razón.

Empezaré por confesar que NO ME GUSTA ver las etiquetas del blog acompañadas del número 1 entre paréntesis y ahorita que estoy a punto de “publicar entrada”, me desespera ver la etiqueta “Malas compras” con el (1) al lado; por eso me puse a pensar en recientes malas compras realizadas pero mi memoria a corto plazo, a veces, me falla; sin embargo, recordé con mucha astucia una compra terrible que hice (adivinen dónde) en Buenos Aires.

Una de mis amigas (La Pequis) me dijo una vez que uno siempre debe comprar cosas que sean representativas de los países que visitemos. Yo entendí de inmediato lo que decía, este tipo de compra iba más allá del típico souvenir y yo lo sabía. Si hacías la compra adecuada, eso significaba que habías estado en el extranjero de verdad verdad. Ejemplos ilustrativos: España-abanicos, Suiza-chocolates, Rusia- Matryoshkas, Italia-italianos.

Siguiendo su sabio consejo, obviamente decidí comprar una portamonedas para mí y otras dos para regalar, porque en mi Ciudad del Sur lo que uno debe comprar son carteras, chaquetas y zapatos.

Siendo así, destinamos una tarde del itinerario para ir en busca de los regalos y de nuestras carteras, chaquetas o zapatos a la calle Murillo, famosa avenida llena de tiendas de lado y lado, donde TODAS ofrecen gran variedad de precios y modelos. Sí, la calle Murillo era el lugar.

Lo primero que teníamos que hacer era ponernos de acuerdo, a fin de cuentas éramos tres niñas y cada una iba en busca de algo distinto. Recorrimos la calle completa, para comparar precios y no tener que arrepentirnos por una decisión precipitada.

Al cabo de un rato, la angustia comenzó a apoderarse de mí. Ya habíamos caminado todo y yo seguía sin encontrar las dos portamonedas para regalar y la que enamorara mi corazón. Las tiendas estaban a punto de cerrar. Ese era el momento. Si no era ahí, no iba a ser en ningún otro lado.

De repente, en mi desesperada búsqueda las vi. Estaban en el mostrador de una tiendita cualquiera, abandonadas dentro de una cestita y en descuento. Eran dos. Mismo modelo, distinto color (una roja platinada y una morada). Eran más pequeñas que una chequera. Podría pensarse que no tenían nada en especial, pero eran perfectas. Rectangulares, decoradas con clavitos plateados, organizados en filas y un broche un poquito más grande. ¡Bellas!. Las compré sin pensar. La morada era perfecta para mi hermana por el estilo rock de los 60’s y la roja gritaba mi nombre por todos lados. Tenía un aire cincuentoso/ochentoso y medio New Wave. Y la tercera la compré en otra tienda. Los regalos están listos, ya puedo seguir disfrutando de mi viaje.

Al volver, hice la entrega oficial de los regalos y las portamonedas fueron toda una sensación. Yo moría por la mía, hasta que empecé a notar que se deterioraba con facilidad. El color rojo platinado se estaba cayendo a pedazos y sin remedio. La pobre. Con el pasar de los días se iba pareciendo más a un trapito y menos a mi hermosa compra. No me gustó tener que remplazarla, no me importaba el estado en el que se encontraba, yo la amaba y eso era todo; pero las tarjetas, los billetes y las monedas comenzaban a salirse. Seamos realistas: conseguir otra portamonedas, tarea fácil; conseguir otra cédula, JÁ.

En fin, me compré otra bonita. No llenaba mis expectativas, pero yo trato de ser práctica y necesitaba una URGENTE. La bichita duró algún tiempo, hasta que comenzó a envejecer. Yo pensaba seguirla usando, pero algo inesperado sucedió. Hace un par de semanas descubrí una que era casi la sustituta perfecta de mi porteña roja platinada. Estaba en Plaza las Américas. La vi, me vio y lo supimos.

La señora de la tienda (muy agradable y conversadora) me ayudaba a decidir entre varios modelos muy lindos, aunque en el fondo yo sabía cuál era y lo que tenía que hacer. Una vez que tomé la decisión correcta me dispuse a pagar, pero el punto de venta no simpatizó con mi tarjeta. La señora recibió una llamada y luego me dijo: “Si quieres puedes ir a la otra tienda, ahí el punto de venta siempre sirve”. Me pareció muy bien. Esta vez ella hizo una llamada y al cabo de unos segundos yo estaba ya en camino. Llegué muy contenta y justo cuando se realizaba la transacción, empiezo a sentir algo extraño y a escuchar gritos. Al principio pensé que eran las voces de mi conciencia. No entendía por qué reaccionaban así ante una portamonedas tan bonita, hasta que una de las jevas de la tienda le dice a la otra (con un tono bastante particular): “Marica, está temblando”. Yo la miré, parecía como una momia. La otra me lanzó mi tarjeta y mi cédula y echó a correr. Yo estaba confundida, pero inmediatamente recordé que mi gente andaba por ahí, yo no sé dónde, así que salí de la tienda. Más vale que no: cientos de mujeres corrían con los rollos en la cabeza, los reflejos a medio hacer, las batas de peluquería y los pies descalzos. Esto tiene que ser una pesadilla.

A los pocos segundos, cuando la tierra se calmó, me di cuenta de que no tenía mi portamonedas. ¿Qué?. ¿No compré nada?. No, no, no. No vale la pena tanto sobresalto. Así que muy elegantemente me devolví a buscarla.

Obviamente ésta última no entra dentro de mis “malas compras” (todavía), pero si la otra hubiera sobrevivido a las vicisitudes de la vida (como lo ha hecho hasta el día de hoy la de mi hermana) nada de esto hubiera pasado.

Bueno voy a quitar el (1) junto a mi etiqueta. Misión cumplida.

1 comentario:

  1. Doy fe de eso!, mi cartera está intacta y ha sobrevivido a las vicisitudes de la vida con una elegancia sobrenatural... la amo. Pauli es la mejor portamonedas del mundo! muaaaaaaa

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