lunes, 23 de noviembre de 2009

Mi otra carrera

Cuando estaba en el colegio, mi hermana empezó a estudiar Diseño Gráfico en el IDC o “La Caracas”, como le dicen los que pasaron por ahí. Ella estaba fascinada… y yo también. Ella siempre estaba full de entregas… y yo también. Ella se la pasaba estresada… y yo también. Ella nunca dormía… y yo tampoco. Les cuento.

Esa época fue increíble para mí. La sala de la casa estaba llena de pinturas, pinceles, cartones, pega, gente y desastres. Nadie descansaba y todos bebían café o ron… o ron con café (o con lo que hubiera). Para mí era perfecto. Era como plan de rumba bohemia todos los días en la casa, con taller de pintura gratis.

Al principio yo sólo les hacía compañía. Era una inocente espectadora. Me daba miedo el exacto y el tiralíneas; y no me acercaba mucho al área de trabajo para no arruinar nada (me pasó una vez y me quería morir y mi pobre hermana me quería matar).

Con el tiempo la curiosidad me hacía agarrar los pinceles y pintar el mantel de trabajo, de esa forma liberaba la tensión que me generaba todo eso. Era obvio que yo quería pintar, pero para mí era imposible y eso era absoluto.

Una noche (de domingo para lunes, 2:00 a.m. de la madrugada, con entrega de “Ciencias de la Visión” a las 7:00 a.m.) mi hermana claudicó, renunció y no le importó nada. Ella quería dormir. Sólo había una solución y estaba en mis manos (y en mi terrible pulso). Ella puso sus esperanzas en mí y el tiralíneas entre mis dedos. ¡Qué miedo!. Imagínense una especie de plumilla que se llena de pintura aguadita y que sirve para hacer líneas rectas, con escuadras y esas cosas. Bueno nada, agarra tu coso ese y dale. Fue increíble. Era casi mágico ver cómo de la diminuta tijerita rara, iba descendiendo suavemente el magnífico color verde, como si fuera un espagueti. Derechito. Y se iba acostando cómodamente sobre el cartón de ilustración. ¡Listo!, lo peor había pasado. Mi hermana me miraba entre la sombra de sus oscuras ojeras y el brillo de sus dientes sonrientes, me dio el pincel full de pintura, se acostó en el sofá de la sala y desde allá me dijo “Ahora pinta pues”. ¡Lo máximo!. A partir de ese día, en la hora crítica ella se acostaba un rato y yo me quedaba a solas con su trabajo. Me sentía gigante. Era artista. Era Picasso. Era genial.

Algunos semestres más tarde las cosas cambiaron. Photoshop se apoderó de los estudiantes y yo me retiré. La emoción no era la misma, nada de comer pintura, ni de amanecer lavando pinceles antes de salir al colegio. La era sensible de “La Caracas” había terminado y el paso al mundo digital me golpeó el ego. Menos mal y ahí mismo comencé a estudiar Letras. Nunca sentí un vacío. De una vez me llené de libros. Ya era otra cosa. Ya no iba más para el colegio y esa sí era mi carrera

Cónchale Fer, qué bien la pasamos.
De todas las épocas, esa fue de las mejores.

4 comentarios:

  1. es cierto!, fue lo máximo!.. y como me sacaste las patas del barro sis'!

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  2. que rico es pintar, yo no sé hacer un c...,para mi, no hay otra palabra para eso, es RICO

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  3. q lindo paula!!! te lo digo de pana con lagrimitas en los ojitos y todo. Besos a las dos.

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